Eran cerca de las 22:00 horas cuando alguien entre el público que asisitió al Teatro Juan Bravo de la Diputación de Segovia a ver ‘Marianela', la obra de Pérez Galdós interpretada por La Vega de Valseca, se levantó de su butaca y le gritó un "¡bravo!" sentido a Laura Herranz; Nela, la protagonista ayer de la historia. Sentido y merecido, porque la joven actriz, con una muy buena interpretación, consiguió ayer que, una vez más, y van muchas en esta XVIII Muestra Provincial de Teatro, el teatro aficionado adquiriese visibilidad, y no sólo eso, sino que además se viese y sintiese bonito.
La obra de Pérez Galdós hace reflexionar sobre la importancia que damos a lo visible, olvidando, como dijo El Principito, que "lo esencial es invisible a los ojos". Por ello, el guión requería que, ajeno a los diálogos, un sentimiento procedente de la interpretación de los actores se apoderase a ciegas del aplauso del público. Y, sin duda, los componentes de La Vega de Valseca, y principalmente Nela, quien tenía bien memorizadas sus líneas y las de sus compañeros, lo consiguieron.
También los encargados de escenografía, sonido, iluminación y vestuario, algo a lo que, por falta de medios, el teatro aficionado podría dar media espalda y cerrar los ojos, pero que, sin embargo, una vez más quedó demostrado que hay grupos que le dan la misma importancia o mayor que a cualquier interpretación. Y es que, nos guste o no, la tiene. La recreación del salón de los señores Peñáguilas o la aparición de un pequeño Yorkshire Terrier fueron buena muestra de que hasta el último detalle es importante, y más si enfrente tienes a rebosar al Teatro más importante de la provincia.
De vez en cuando, el telón se cerraba y el foco se centraba en una señora mayor que ejercía de narradora como gran recurso de lo que en escena no se podría ver. La historia de Nela iba sucediendo entre actos y aplausos, que se enriquecían cuando algún vecino querido del pueblo aparecía en escena interpretando, debido a exigencias del ‘casting', a un chaval de nombre tan tierno como Celipín, o cuando otra vecina salía gruñendo de detrás del telón dispuesta a cantarle las cuarenta a la indefensa, despeinada y mugrienta Nela.
En el patio de butacas y las plateas, las caras de los asistentes alternaban atención y risas, debido a algún comentario en la obra que restaba dramatismo a la historia, con alguna sonrisa nerviosa cuando en escasas ocasiones las líneas del guión parecían escurrirse en las bocas de los actores. Sobre el escenario, la vida de María Manuela Téllez, iba logrando su objetivo a medida que Nela iba muriendo por amor; consiguiendo que algunos saliesen del teatro cambiando el refrán y reafirmándose en la idea de que ojos que no ven, corazón que no miente.